Al juzgar la Historia cometemos el error de creernos superiores a los que nos precedieron, afirmamos poseer mayor inteligencia, civilización y educación y cometemos la estupidez de dejar que nos ciegue la arrogancia y la vanidad. Únicamente pueden juzgar la Historia aquellos que la viven en su justo momento, nadie más puede hacerlo. Nosotros, ahora, podemos estar de acuerdo o no con lo que pasara en un determinado momento de la Historia de la Humanidad, pero no podemos juzgar a quienes lo vivieron, pues fueron hijos de su tiempo que reaccionaron según las condiciones sociales, políticas y ambientales del momento, así como la educación que recibieron desde pequeños.
Es muy fácil creernos muy “inteligentes” o “civilizados” y exclamar con falso orgullo aquello de: “En esa época yo no hubiera actuado así”. Pero esa afirmación sólo demuestra cuán ignorante puede ser quien la dice. Si nosotros, que tan adelantados nos creemos, tan cultos y educados de mente, tan superiores civilizadamente, hubiéramos nacido en la Roma Imperial, veríamos tan normal ir al Coliseo, o anfiteatro, a ver luchar y morir en inmensas escenificaciones sangrientas a los gladiadores o ver ejecutar a miles de reos en diferentes y refinadas torturas, porque sería la cosa más “normal” del mundo; o si fuéramos aztecas de la ciudad de México-Tenochtitlan, llevaríamos a nuestros hijos al recinto ceremonial para ver de cerca los miles de sacrificios anuales, oliendo el olor a carne y sangre humana descompuesta, los escalones de los templos tintados de rojo, los decenas de miles de cráneos ensartados en varas y los cuerpos humanos despiezados y colgados de ganchos para su consumo por la población, porque es lo más “normal”; o si fuésemos franceses, alemanes, ingleses, españoles o holandeses, ir a la plaza del pueblo a observar como la Justicia y la Iglesia queman a brujas, herejes o poseídos en grandes fogatas, siendo la cosa más “humana y normal del mundo”. De tal forma, si hubiéramos vivido en la Alemania nazi de Hitler, aunque no fuéramos nazis, sí estaríamos convencidos de que la grave crisis económica y la pobreza del pueblo se basaban en las injusticias cometidas por los aliados contra Alemania, en la actuación de elementos subversivos comunistas y en el acaparamiento de poder económico por parte de los judíos, elementos también instigadores para acabar con la gloria germana.
No hace falta irnos a momentos del pasado para encontrar este tipo de ejemplos, pongamos uno actual para demostrar que nos somos más “civilizados” ni “inteligentes” que los que nos precedieron. Mientras estamos aquí debatiendo si somos más listos o no, consentimos que nuestros dirigentes y las empresas multinacionales destrocen el planeta, consumiendo a un ritmo desenfrenado los recursos naturales. Añadimos nuestro grano de arena al exterminio del medio ambiente entrando en el juego de la obsolescencia programada y del consumismo brutal, sin apenas pararnos a pensar en las consecuencias que nuestra ceguera y arrogancia puedan causar. No me vale que pongamos el grito en el cielo y aseguremos estar luchando por solucionar esto, no, porque en realidad no hacemos nada, por mucho que lo queramos pensar así. Baste con que miren como está conformado su hogar para que se den cuenta de que colaboran en la destrucción del medio ambiente. Asimismo, y esto es lo más grave, vivimos en un mundo absurdo de consumismo desenfrenado en todos los aspectos, siendo lo más grave el despilfarro, en concreto, el despilfarro de la comida. Cada semana se tiran a la basura toneladas de alimentos perfectamente comestibles porque sobran de restaurantes de comida rápida, hoteles, fábricas…, siguiendo unas directrices comerciales implacablemente obedecidas y aceptadas por la inmensa mayoría de la sociedad, mientras que centenares de millones de personas se mueren, literalmente, de hambre. Jamás en la Historia de la Humanidad ha pasado esto que ocurre en el siglo XXI, y cuando dentro de varios siglos las personas nos estudien, dirán aquello de: “los habitantes del siglo XXI eran unos bárbaros, incivilizados, nosotros somos más inteligentes”. Obviamente, están en su derecho de pensar así, tienen razón en cuanto que seguimos siendo bárbaros y nuestra inteligencia no ha subido ni un punto desde la Prehistoria, pero volverían a cometer el mismo error que cometemos nosotros; no pueden juzgar. Nosotros sí podemos hacerlo, y además reparar nuestras equivocaciones.
Una manera de arreglar la grave situación en la que nos encontramos es estudiando la Historia, pues en el pasado de la Humanidad nos vemos reflejados. Estudiando de cerca sus problemas, como los solucionaron o no, podemos aprender y aplicar ese conocimiento en la actualidad. El estudio de conflictos como el de la II Guerra Mundial obedece a ese tipo de cuestiones. La guerra es el fracaso del ser humano en sus relaciones con sus semejantes. En ocasiones la guerra es necesaria, nunca legitima, aunque hoy en día nos quieran engañar con tal cuestión, pero siempre son cruentas, mueren personas y se destruyen animales, propiedades y campos. Es necesario conocer bien que nos lleva a matarnos unos a otros para luchar contra la erradicación de la guerra. Puedes abordar el estudio de la II Guerra Mundial de muchas maneras: solemnidad, humor, cinismo, valor, épica, violencia…, pero hagas como lo hagas no significa que estés de acuerdo o no con lo que escribes, pero debes intentar no juzgar, no debes caer en la tentación de escribir la Historia de acuerdo con tu moralidad. Por eso, alguien que escriba libros sobre la guerra posiblemente esté en contra de ella, pero deja a un lado sus recelos y escribe con la mayor imparcialidad posible. Un ejemplo a seguir para todos los historiadores o divulgadores es Tucídides, destacado autor clásico griego que nos ha legado para la Historia su “Guerra del Peloponeso”, un modelo a imitar por todos en cuanto a neutralidad y amor por la verdad y la Historia.
Por eso, quien escribe libros sobre héroes alemanes de la II Guerra Mundial no es nazi, como no es un caníbal quien escribe libros sobre el canibalismo entre diferentes tribus del Amazonas. Es aberrante etiquetar a los autores de un libro de nazis sólo porque escriben libros de la II Guerra Mundial, y el crimen es aún mayor porque al hacer tal cosa se demuestra que ni siquiera se han leído las obras. Cuál fue mi sorpresa cuando me enteré que ciertos editores y distribuidores, de fuera de España en su mayoría, se han negado a distribuir nuestras obras de temática militar por considerar que son apología del nazismo. Si estas personas se hubieran tomado la molestia tan siquiera de leer nuestras introducciones en todas las obras, se habrían dado cuenta enseguida que los autores estamos en contra del nazismo, del comunismo y de todos los regímenes totalitarios y sangrientos, así como en contra de la barbarie de la guerra y de todas las atrocidades cometidas en ella, como ocurrió en la II Guerra Mundial, atrocidades cometidas por los todos los bandos en litigio, aunque sólo terminaran pagando ante la Justicia los perdedores. Pero es que además, no solamente escribimos libros sobre héroes alemanes, sino también sobre héroes americanos, soviéticos, ingleses, japoneses… y con cierta ironía, hemos constatado que prácticamente los únicos que se venden bien son precisamente los que tratan sobre nazis.
La serie de libros conocidos como CABALLEROS DE LA CRUZ DE HIERRO obedece, entre otras de menos importancia, a dos cuestiones. La primera es dar a conocer al gran público las motivaciones y los hechos que llevaron a la II Guerra Mundial, dado que en los últimos años está comenzando a crecer una especie de apatía hacia el conflicto no por falta de interés, sino por la manipulación de la Historia por parte de varios sectores empeñados en hacernos creer que el dicho conflicto en realidad fue poco menos que una escaramuza contra Hitler. Por poner un par de ejemplos, desde determinados países, la mayoría de credo islámico claramente fanático, se niega la existencia de los campos de concentración nazis y el intento de exterminio de los judíos por parte de Hitler y sus secuaces; el segundo ejemplo, consiste en negar sistemáticamente, por parte de partidos políticos afines al comunismo o por determinados países gobernados por caciques como Cuba o China, que la extinta Unión Soviética liderada por el criminal Stalin sea culpable de atroces crímenes de guerra y contra la Humanidad, la mayor parte de dichos crímenes contra su propio pueblo. Estos son tan sólo dos ejemplos de los muchos que en la actualidad debemos padecer aquellos que nos dedicamos a estudiar y divulgar la Historia en todas sus facetas. El fanatismo de unos, la ceguera y cobardía de otros y las morales políticamente correctas son el primer paso para borrar nuestro verdadero conocimiento de la Historia y volver a cometer los errores del pasado.
La segunda cuestión es dar al conflicto el punto de vista alemán, pero no el punto de vista puramente nazi, racista, fascista y criminal, sino el de los hombres y mujeres que lucharon por su país motivados por la creencia de que estaban haciendo lo correcto y que se les debían compensaciones por la “traición” de la Primera Guerra Mundial y por el infame Tratado de Versalles, redactado por los ambiciosos, ruines y ciegos dirigentes aliados, que se vieron obligados a firmar y que les supuso entrar en una pobreza económica extrema. El valor humano se encuentra en todos los países, en todas las razas y todas las culturas. Los alemanes de la II Guerra Mundial lucharon con un valor y una tenacidad extrema, contra múltiples enemigos que les superaban en armamento, soldados y, al final, incluso en tecnología. Por una serie de circunstancias, el soldado alemán, por término medio, llegó a ser muy superior al resto de combatientes del conflicto; fueron los mejores soldados de infantería, los mejores pilotos, los mejores estrategas y los mejores capitanes de submarinos, pero nada de eso les sirvió, irónicamente, para ganar la guerra, puesto que la estupidez y ceguera nazi era tan grande, tan patéticos sus dirigentes, acaudillados por Hitler, que era imposible que, a partir de determinado año de la guerra, pudieran ganar. Eso no quita que sus gestas fueran grandes, que en mitad del horror y la muerte sus hazañas brillaran con luz propia, siendo hasta elogiadas por sus enemigos con total sinceridad.
Los libros de CABALLEROS DE LA CRUZ DE HIERRO son un compendio de esos soldados, héroes que no cometieron crímenes de guerra ni contra la Humanidad, sino que lucharon en defensa de su país, siguiendo órdenes e impulsados por una creencia en la victoria y el honor muy difícil de comprender hoy en día. A pesar de todo, combatieron por ideales equivocados. Tampoco esto quita la responsabilidad que Alemania tuvo en la II Guerra Mundial, pero una cosa es el nazismo, la afiliación a un partido político y compartir sus máximas, y otra muy distinta ser un soldado sin responsabilidades en ese sentido, excepto si sabían lo que estaba ocurriendo y no hicieron nada. En CABALLEROS DE LA CRUZ DE HIERRO no encontraréis criminales, ni asesinos condecorados por haber asesinado civiles, judíos o polacos, ni médicos que hicieron atroces experimentos con prisioneros ni oficiales de las Waffen-SS encargados de realizar fusilamientos masivos contra poblaciones o judíos. Por tanto, nuestros libros de temática militar son una apología al valor de los soldados que luchan contra lo imposible pero aún así no se rinden, y también una apología al respeto y la verdad en la Historia. No son una apología al nazismo, como dicen algunos, y remitiéndome al principio, queda muy clara nuestra postura en todos nuestros libros; sólo hay que tomarse la molestia de leerlos.
Siguiendo esta línea de pensamiento, en el resto de libros de la II Guerra Mundial tenemos los mismos valores a ensalzar: valor, honestidad y verdad, ya hablemos de estadounidenses, ingleses, franceses, japoneses, comunistas… Y del mismo modo, exponemos a la luz las atrocidades cometidas por todos los bandos implicados en la mayor tragedia de la Humanidad. Horribles fueron los campos de exterminio nazis, los sistemáticos fusilamientos masivos por parte de grupos especiales de las Waffen-SS hacia las poblaciones civiles ocupadas y un sinfín de espantosos crímenes más. Pero también fue espantosa la sangría que Stalin hizo sufrir a su pueblo, las ejecuciones masivas de oficiales y soldados rusos por pensar de diferente manera, los millones de campesinos condenados una muerte lenta de hambre y frío porque Stalin les quitó la comida y arrasó sus campos, los millones de civiles sacrificados con tal de conseguir la victoria y mucho más. Igual de malo fueron los bombardeos aliados contra ciudades alemanes donde no existían objetivos estratégicos ni militares, simplemente los hicieron porque podían y deseaban llevar el terror y la muerte a Alemania, por no hablar de las miles de ejecuciones de soldados y oficiales alemanes acusados de falsos crímenes de guerra, o las traiciones a Polonia, Ucrania y el resto de países que luego fueron ocupados por la Unión Soviética. Lo mismo haría Estados Unidos, sobre todo en el Pacifico, donde sus soldados condicionados mentalmente desde el entrenamiento sobre que los japoneses no eran personas sino animales, cometieron contra los soldados nipones, y contra decenas de miles de civiles a los que asesinaron sin contemplaciones, y de la bombas atómicas lanzadas contra ciudades indefensas alegando que de esta forma se salvarían vidas al terminar con la guerra, abominable mentira inventada por los americanos, cuanto que ya está demostrado que Japón deseaba rendirse antes de que se lanzaran las bombas; Estados Unidos las lanzó sólo para demostrar que las tenía. Y yendo al otro lado, Japón fue culpable de las atrocidades cometidas por sus oficiales y soldados contra las poblaciones civiles ocupadas y contra los prisioneros capturados; siendo no tan famosos como los campos de exterminio nazi, los japoneses también tuvieron estos campos donde se asesinaron y torturaron a decenas de miles de personas. Como podrán comprobar, prácticamente no se salva ningún bando de crímenes de guerra y contra la Humanidad, aunque finalmente quienes únicamente pagaran por sus crímenes fueran los alemanes y japoneses, pero esa es la prerrogativa de los que vencen.
En medio de tanta miseria, crueldad, muerte y destrucción, nos quedamos con la valentía, la capacidad del ser humano para medrar ante las más espantosas de las adversidades y superarse a sí mismo. Aprendamos de nuestro pasado para no volver a tropezar con la misma piedra.
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