miércoles, 25 de julio de 2012

la verdad "incomoda"

  La II Guerra Mundial, con todo su horror y destrucción, sigue fascinando a investigadores, historiadores y gentes de toda condición. El conflicto armado más sangriento de la historia, involucró a más de 70 países y acabó con el 2% de la población mundial de la época: unos 60 millones de personas, en su mayor parte civiles.
Prácticamente no transcurre una sola semana sin que alguna noticia, dato o hallazgo, referido a lo bélico, a lo político, o al régimen nazi, salte a las primeras páginas de los periódicos y medios de comunicación. La última de ellas hace referencia a la poco afortunada decisión de la Dirección Nacional de Inmigración de Argentina a la hora de dar la orden de destruir los expedientes de ingreso, en ese país, de jerarcas nazis como Adolf Eichman –ideólogo y ejecutor de la Solución Final–, Josef Mengele –el tristemente célebre médico del campo de exterminio de Auschwitz–, o Erich Priebke –criminal de guerra responsable de la masacre de las Fosas Ardeatinas–, junto a otros 66 dossiers, de alto valor histórico, de otros tantos criminales. El argumento esgrimido por el organismo público es absolutamente peregrino: la falta de espacio en las viejas oficinas del puerto bonaerense.
                               
Este ejemplo es sólo un botón de muestra que viene a ilustrar una realidad que aún no ha sido totalmente asumida por el mundo. El libro del horror no se ha cerrado, ni se cerrará, mientras queden infinidad de incógnitas y enigmas flotando en el aire: ¿Cuántos de ellos lograron escapar? ¿Cuántos siguen libres? ¿Qué países ayudaron a los criminales a poner tierra de por medio? ¿Qué papel jugó el Vaticano? ¿Cómo se articuló la “Operación Paperclip”? ¿Por qué un centenar de submarinos nazis desapareció como por arte de magia al final de la guerra? ¿Qué buscaba el alto mando estadounidense en la Antártida entre 1946 y 1947? ¿Qué hechos inquietantes conocieron y silenciaron Churchill, Stalin y Truman en Potsdam? ¿Qué ocurrió realmente en el búnker de Berlín? ¿Murió realmente Hitler? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Pongamos hilo a la aguja, reconstruyamos los hechos y arriesguemos alguna que otra hipótesis plausible…

La historia, al pie de la letra
Si nos atenemos a la versión oficial, Adolf Hitler (20 de abril de 1889 – 30 de abril de 1945) se dio muerte en el búnker de la Cancillería de Berlín, ingiriendo veneno y disparándose, a renglón seguido, un tiro en la sien. Llevaba allí algo más de tres meses, sin salir siquiera unas pocas horas a la superficie; movilizando, en su habitación de la guerra y sobre el mapa, divisiones mermadas y recursos inexistentes, acusando a unos y a otros del descalabro, destituyendo a ineptos y encumbrando a oportunistas.

La suerte de la guerra parecía estar echada. A lo largo de 1944, muchos altos mandos alemanes lograron ver, con claridad meridiana, que el fin se aproximaba a pasos agigantados. Podría tardar más, o tardar menos, dependiendo del sacrificio que el Reich estuviera dispuesto a realizar en vidas humanas, pero sólo un milagro podía revertir una situación claramente adversa. El milagro en el que todos confiaban residía en la última generación de armamento que los científicos del régimen desarrollaban a marchas forzadas en hangares e instalaciones subterráneas. Se hablaba, con admiración, de cañones sónicos y de viento; de nuevas bombas volantes de extraordinario alcance; de blindados equipados con visión infrarroja; de naves capaces de elevarse y vencer la fuerza de la gravedad por electromagnetismo; de la bomba de dispersión –tal y como ellos denominaban a la bomba atómica–, y, en definitiva, de un sinfín de mortíferos artilugios que les otorgaría la supremacía y la victoria final.
  
Posiblemente, muchos de esos logros se hallaban en avanzada fase de estudio o fabricación. No olvidemos que el propio Hermann Göring bromeó en Nüremberg con los aliados al respecto, cuando les espetó que, de haberse prolongado la guerra un año más, les habrían borrado del mapa. Esas armas debían ser reales, estar en pleno proceso de desarrollo. Sólo así se explica la “Operación Paperclip”, por la que el gobierno estadounidense permitió la entrada en los Estados Unidos a numerosos nazis, contraviniendo sus propias leyes…   sabido que, finalizada la II Guerra Mundial y pese al cerco de los Aliados, prominentes jerarcas nazis lograron huir y refugiarse en Sudamérica. Pero hasta hace poco, la idea de que entre aquéllos estuviera el propio Adolf Hitler parecía descabellada. Sin embargo, muchos expertos sostienen que una gran conspiración permitió a Hitler escapar a Argentina. Entre ellos, el periodista Abel Basti, que ha investigado a fondo la presencia nazi en su país. En «El exilio de Hitler» (Ed. Absalon) –libro del cual les ofrecemos el siguiente extracto–, Basti ofrece pruebas que demostrarían la veracidad de esta arriesgada hipótesis.    
El 10 de junio de 1945, el Daily Express de Londres informó que «miembros oficiales de la legación japonesa en Suiza han declarado saber positivamente que Hitler está vivo y planea abandonar, en el momento oportuno, su escondite para encabezar el movimiento nacionalista germano». Esta afirmación categórica reforzaba la afirmación, también lanzada por los líderes soviéticos, acerca de que Hitler había huido con rumbo presunto a España o Argentina. O, quizás, España como primera etapa antes de embarcarse hacia la nación sudamericana.

El gobierno español, encabezado por el General Franco, decidió salir al cruce de Moscú para desligar toda responsabilidad sobre el escape de Hitler, ya que las autoridades españolas, neutrales durante la guerra, aparecían, ante los ojos de la opinión pública, como cómplices del plan de huida de los nazis.
    
El mismo día, 10 de junio, desde Madrid el Ministro de Relaciones Exteriores español, el señor Delequerica, «desmintió categóricamente la afirmación rusa de que Hitler se halle en España».

Pero lo cierto es que para ese momento, miles de nazis habían llegado a España. Algunos permanecían ocultos allí y otros habían llegado a ese territorio neutral para luego huir hacia distintas partes del mundo.
 
Como fugitivo, el Führer estuvo varios días en España e incluso mantuvo importantes reuniones con un reducido grupo de personas, antes de salir hacia Argentina. En Zaragoza estuvo escondido durante un tiempo en Aula Dei, un monasterio cartujo en la carretera de Barcelona, a la entrada de Zaragoza (investigación del autor). También en la localidad de Somo, a orillas del mar, en la región de Cantabria. El lugar donde se alojó, junto a Eva Braun, era una pequeña hostería, que hoy ya no existe, llamada Las Quebrantas…

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