domingo, 22 de julio de 2012

soldados politicos..las SS

Desde el punto de vista militar, las unidades de la «Waffen SS» se distinguían por su extraordinaria agresividad y eficacia. Tales características provenían, en primer lugar, de una severa selección de los hombres. Así, todos ellos eran muy jóvenes y de constitución robusta. Pero después, el duro entrenamiento al que se les sometía -aquel viejo «drill» de los ejércitos de Luis XV, adoptado por Federico Guillermo-, eliminaba de ellos a los menos resistentes, tanto desde el punto moral como físico; y convertía a los demás en verdaderos atletas olímpicos, de músculos tensos, y siempre listos para saltar hacia adelante... Pero, sobre todo, se trataba de convencidos voluntarios. Sólo ya a partir de 1945, fueron incorporados en las unidades alemanas hombres conscriptos pero muy bien elegidos y que además tenían muy poderosos motivos para combatir.  
Es ésta una tropa de élite, mejor instruida y mejor armada que las demás unidades clásicas de la «Wehrmacht», la «Waffen SS» siempre ocupaba en combate las posiciones de mayor peligro y sus jefes reivindicaban, para ella, el gran honor de encabezar todos los ataques. Los Estados Mayores la respetaban, por cierto, pero sin que esto excluyera alguna tirantez cuyos motivos eran varios. Por un lado, existía alguna envidia ante "los privilegios" de que gozaba en cuanto a armamento. Por otro, cierto desprecio por sus oficiales, con formación técnica que resultaba, académicamente, en comparación, un tanto deficiente. Por fin, el rechazo normal, provocado por el "espíritu de cuerpo", de todo este modo de vida y de combatir, típicos de la «Waffen SS», demasiado diferente del clásico que formaba parte de las tradiciones del ejército alemán. Por su parte, los hombres de la «Waffen-SS» tendían a considerar como "burgueses" a los soldados regulares de la «Wehrmacht»; que, por cierto, cumplían muy bien con su deber, aunque, en conjunto, con un ímpetu y un grado de eficacia inferiores a los de ellos. 

Los oficiales de la «Waffen-SS tenían procedencias sumamente diversas. Algunos conservaban los mismos grados alcanzados antes, en la «Allgemeine SS» y tan sólo un período de instrucción bélica muy intensa y acelerada, había precedido a su incorporación real, de hecho, en una unidad combatiente. Para otros voluntarios, sin esos antecedentes paramilitares en la «Allgemeine SS», no se les reconocían los grados anteriormente obtenidos, por ellos, en sus respectivos ejércitos nacionales, y ésto cualquiera que fuese su nacionalidad. Así, se mandaba a los seleccionados y que cumplían los requisitos establecidos, fueran o no oficiales anteriormente, como simples cadetes a escuelas especiales, siendo la más célebre la de Bad Tölz. Esto hasta 1943. Posteriormente, hubo excepciones que, después, se multiplicaron rápidamente: no era posible enviar a un coronel, a un comandante u oficial de carrera de un ejército serio, cubierto de condecoraciones ganadas en combate, pasar tres meses a "arrastrarse en el barro", a las órdenes de un suboficial instructor de veintidós años.   Los comandos especiales y de élite, por su parte, exigían un tipo de hombre específico que se hubiera plegado bien difícilmente a una disciplina "tropera" y antinómica con lo que se les exigiría después. Bastante más tarde, ya cuando se incorporaron a las «Waffen-SS», otros combatientes de unidades de la «Wehrmacht» (algunas de ellas alemanas, pero muchas más que no lo eran), hubo que reconocer los grados de sus oficiales, para reconvertirlos en unos similares, dentro de la «Waffen SS». Pero, lo que se les pedía a los cuadros de mando, no era tan sólo tener una adecuada formación académica y demostrable por lo demás, sino caracter, capacidad de mando y coraje. Esa política de exigencias daba los mejores resultados. Los militares de los Estados Mayores no conseguían entender como se las "podía arreglar" un comandante de ejército, como Sepp DIETRICH y al que tildaban de ser "oficial de barricada", para desempeñarse de un modo más eficaz que muchos generales diplomados.   
Para decir la verdad, dentro de la «Waffen-SS», el grado era casi lo de menos. En las unidades alemanas de la SS, la jerarquía estaba calcada de la que ya se estilaba, tradicionalmente, en los ejércitos regulares; tan sólo que, en éstas, los oficiales sirven con el grado inferior al que por norma, les hubiera correspondido a su función. Así, una División estaba al mando de un General de Brigada y no uno de División; y un Batallón, queda a las órdenes de un capitán, etc., etc... Eso era, en la teoría; ya que, en la realidad y como regla general, no se ascendía en campaña. Además, como el "plazo de vida promedio" para un oficial SS en el frente era de tres meses, allí era muy común encontrar toda una Compañía al mando de un sargento. 
 En las unidades no alemanas de la SS aún era mucho mayor la pobreza en estrellas. Nadie, en ellas, procede de la «Allgemeine SS» y no tenía un grado político anterior, para reconvertirlo en grado militar; además, por razón de edad, pocos eran los oficiales superiores que se habían alistado... Por otro lado, y a pesar de la idea de HIMMLER, el espíritu pangermanista no estaba del todo ausente en el «SS-Hauptamt» (Oficina que hace funciones de Estado Mayor en las SS), donde se regateaban muchos ascensos a los "extranjeros". Así, León DEGRELLE, el Comandante de la División «Valonia», sirvió con el grado de Mayor, obtenido anteriormente a la incorporación de la unidad en la «Waffen-SS, casi hasta el final de la contienda mundial.   Cuando el Coronel PUAUD, oficial de carrera del Ejército Francés y Comandante de la "L.V.F.", fue nombrado por su gobierno General de Brigada y comandante de la División «Carlomagno», se desenterró, para no darle la jerarquía equivalente -el de «Brigadeführer»- un viejo grado casi olvidado -el de «Oberführer»-, de la «Allgemeine SS» Algunos «Einsatzgruppen» y durante dos años y más estuvieron al mando del mismo «Unterstumführer» (literalmente, equivaldría al de Subteniente en un ejército regular; y era, en realidad, sólo el segundo grado de la jerarquía, para oficiales «Waffen SS»).   
Ya lo hemos dicho: el grado era lo de menos. El tratamiento de "camarada" que se mantuvo y daban entre sí aquellos oficiales SS, expresaba claramente una sólida fraternidad que, lejos de ir en desmedro del respeto, por el contrario lo reforzaba. Incluso, la distancia entre todos los oficiales, suboficiales y soldados, se marcaba mucho menos que en los ejércitos profesionales, donde es herencia de una época en que aquellos eran nobles voluntarios y la tropa estaba formada de mercenarios, cuando no por forzosos enrolados. Pero, en la «Waffen SS» el oficial comía y dormía con sus hombres, estando en campaña. En combate, siempre ocuparía el lugar de mayor peligro y encabezaba todos los asaltos.
Pero esa tal camaradería no provocaba el menor relajamiento de la disciplina.
  Considerada desde afuera, es vista como la más feroz; cuando, por parte de los voluntarios, es algo espontáneo. Y así, muchas faltas leves se sancionan con castigos colectivos; mientras que otras faltas graves, como las contra la disciplina, con el internamiento en un campo de concentración especial donde el culpable particular, encontraba la oportunidad de corregirse. Las faltas más graves, que lo son contra la seguridad o el honor común (incluyen robo, saqueo, violencias gratuitas y violación), se castigan con la muerte. Esta gran severidad dura y despiadada pero libremente aceptada, era contrapartida a pagar por el honor de pertenecer a un cuerpo de élite.   
Cuerpo de élite. Más la «Waffen-SS» no lo era sólo desde el mero punto de vista militar, sino, más bien, toda esta capacidad combativa era la consecuencia de su carácter de milicia política. Los alemanes, movilizados de cualquier modo y al optar por ella, demostraban su fervor nacionalsocialista; y lo hacían dentro del marco tradicional y, casi diríamos, "convencional" de su nación. Pero, los voluntarios de otros países, éstos que hubieran podido permanecer tranquilamente en su casa, manifestaban así, voluntad especial para combatir y, eventualmente, de morir, por una causa revolucionaria que implicaba, no sólo una función de futuro, sino también la superación de viejos hábitos y viejos sentimientos.
Desde hacía más de ciento cincuenta años, tras la Revolución Francesa, los europeos estaban acostumbrados a vivir y a combatir en el marco de dinastias y meras naciones, a menudo artificiales, que se enfrentaban periódicamente por cuestiones de supremacías, de frontera o de competencia económica. El nacionalismo jacobino había suplantado aquellos antiguos vínculos feudales y destruido el pluralismo cultural y en particular, lingüístico, que le daba a aquella Europa anterior a la mal llamada "Revolución Francesa" (ya que, en realidad, fue sólo una subversión), esa incomparable civilización, a la vez una y variada. Las anexiones a Francia del territorio de Alsacia, realizada, en el siglo XVII, por Luis XIV; y de Lorena, por Luis XV, en el siglo XVIII, habían significado, para estas "provincias", un mero cambio de soberano.
  Pero después en 1871, por el contrario, la reincorporación de Alsacia y Lorena al Imperio alemán, había sido un verdadero "despedazamiento" para Francia; por que, aquel gran patriotismo francés ya no se refería a una cierta "tierra de los padres", a lo que se vuelve a llamar, hoy día, la patria carnal, sino a un ente mítico inventado, sobre la base de "realidades" nobles pero muy parciales, por ideólogos racionalistas. Así, en 1939, todos los europeos, en mayor o menor medida, habían recibido desde la escuela primaria que tanto había contribuido a imponerlo, la impronta de este especial patriotismo "laico y obligatorio". Entonces en el año 1914, nadie se escapaba de los efectos del ambiente sentimental así creado, que era igual tanto los socialistas internacionalistas de ambos lados del Rhin, que habían respondido con entusiasmo, al llamado de movilización, como para los nacionalistas que, aún renegando de todas las ideas democráticas, no por eso dejaban de actuar así; y no podían obrar de otra manera, so pena de rechazar las condiciones impuestas por la historia, en el marco de unas artificiales fronteras, trazadas o, por lo menos, hechas sacrosantas por la burguesía liberal.   Así MAURRAS, maestro de «Acción Francesa», echaba de menos el Imperio Romano y la Cristiandad medieval; y pregonaba, aquí para Francia, un federalismo que reivindicaba unas autonomías regionales, pero, al mismo tiempo, vituperaba a una Alemania con mucho más odio que razones. En el «Mein Kampf», HITLER tampoco expresaba "profundos sentimientos de ternura", exactamente, para con Francia...
En 1941 la situación ya no era la del siglo XIX, por cierto. La Europa de las Naciones, que medio siglo antes hacía la ley en el mundo entero, estaba amenazada en su misma existencia por dos potencias en plena expansión: la Unión Soviética, al este; y los Estados Unidos, al oeste. Potencias rivales, éstas, pero aliadas, que no escondían su propósito de dominación mundial. Como en los Campos Cataláunicos, ante los hunos, o en España ante los árabes, que no remontan Poitiers, Europa debía unirse, aún por encima de los malos recuerdos e incluso de legítimos antagonismos locales. 
 Los hombres de la «Waffen-SS» habían entendido bien ésto, desde el principio... Pero no fueron a pelear para defender una Europa que ya no existía, ni menos algunos de sus hermosos restos, sino para reconstruir, sobre la base de la herencia plenamente asumida a una comunidad multinacional y que, gracias a nuevas estructuras adaptadas a las exigencias de la historia, pudiera ser dueña de su destino. Por eso, los voluntarios no eran, ni unos mercenarios indiferentes, ni conscriptos impelidos por un rancio patriotismo sentimental, sino soldados políticos. fanatismo sin par.

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