jueves, 23 de mayo de 2013

Rudolf Hess aterriza en Escocia

 

El 10 de mayo de 1941, sobre el escenario que ofrecía un crepúsculo rojo, Rudolf Hess, el sucesor de Hitler, se despidió de los aviones de escolta que le había proporcionado Heydrich y se encaminó hacia Escocia.


A las pocas horas, Hess fue capturado por los británicos y encarcelado. La versión nazi fue que Hess había enloquecido pero, en realidad, ¿por qué marchó Rudolf Hess a Gran Bretaña? Durante la noche de 10 de mayo de 1941 se produjo en Escocia uno de los episodios más extraños de la Segunda guerra mundial. Rudolf Hess, el sucesor de Hitler, había despegado de Augsburgo a las 17.45 horas en un Messerschmitt Bf 110, había sobrevolado Escocia y al no encontrar un sitio en el que aterrizar se había lanzado en paracaídas sobre Floors Farm, Eaglesham, Escocia a las 23.09 horas. Capturado por un campesino llamado David McLean, Hess solicitó inmediatamente entrevistarse con el duque de Hamilton que vivía muy cerca, en el castillo de Dungavel. Hess no consiguió su objetivo y para enorme sorpresa suya fue detenido y puesto a disposición del servicio de inteligencia británico que lo redujo a un confinamiento incomunicado.

Rudolf Hess en 1933


Inmediatamente, la versión oficial alemana fue que Hess padecía de una enfermedad mental y que había actuado totalmente por propia iniciativa. En realidad, ¿Hess estaba loco o llevaba a cabo una misión especial que se había originado en la cúpula del poder nazi? Existen considerables razones para pensar que la verdad se relaciona con esta segunda posibilidad. De entrada, Rudolf Hess contó con sospechosas facilidades para volar hasta Escocia. Así, Willi Meserschmitt no tuvo ningún problema en proporcionarle uno de sus últimos —y mejores aparatos— a Hess, una circunstancia extraña si, como luego se afirmó, Hitler había dispuesto que no se le permitiera volar. Aún más chocante resulta el hecho de que Hitler se levantara muy temprano al día siguiente —a las 7,30 horas—, algo que no hizo ni durante el desembarco en Normandía o que Heydrich, el jefe de las SS, proporcionara una escolta aérea a Hess en la que, muy posiblemente, participó. Ahora bien, si Hess había recibido órdenes de Hitler para marchar a Gran Bretaña y entrevistarse con el duque de Hamilton, ¿a qué se debió? A más de sesenta años de distancia, sabemos que Hess voló a Gran Bretaña víctima de una imaginativa operación de inteligencia concebida por los británicos.


Restos del avión de Hess en el Imperial War Museum de Londres.


En marzo de 1940, en vísperas de la derrota en Francia, Peter Fleming, el hermano de Ian Fleming, el creador de James Bond, escribió un libro en el que desarrollaba la hipótesis de lo que sucedería si Hitler volaba hasta Gran Bretaña y entablaba negociaciones de paz. El texto no era sino un cebo ideado por el SO1, una sección de la inteligencia británica encargada de la guerra política y psicológica. Dotado tan sólo de unos sesenta efectivos, el SO1 trazó planes para envenenar a Hitler mediante la leche del té o impregnado sus ropas con una bacteria letal, para apoderarse de Canaris, el jefe de la Abhwer, y, últimamente, para engañar a Hess convenciéndolo para que viajara a Inglaterra donde sería capturado. El plan recibió un impulso especial cuando en el verano de 1940 las tropas alemanas aplastaron al ejército francés y obligaron al cuerpo expedicionario británico a reembarcar en Dunquerque. Para aquel entonces, Hitler estaba especialmente interesado en llegar a una paz con Gran Bretaña que le permitiera desencadenar una ofensiva contra la URSS sin el temor a tener que combatir en un segundo frente. A través de la familia Haushofer —una familia de astrólogos que mantenía una relación muy estrecha con Hess pero que era anglófila— el SO1 hizo llegar a Hess informaciones que hablaban de la existencia de un partido de la paz en Gran Bretaña que estaría dispuesto a desplazar a Churchill del poder y a llegar a un acuerdo con Hitler.

El duque de Hamilton era el presunto jefe de este partido y estaría encantado de discutir las condiciones del arreglo con algún personaje del III Reich que tuviera un peso considerable. Hess parecía el personaje más adecuado no sólo porque era el número dos de la jerarquía nazi sino también porque ya conocía a Hamilton con el que se había encontrado en las olimpiadas de Berlín de 1936. Hess quedó sorprendido al conocer aquellas noticias pero las consideró verosímiles. Fiado en los Haushofer —que trabajaban para los británicos— inicialmente se limitó a consultar a algunos de sus astrólogos como Frau Nagenast. La astróloga indicó con entusiasmo al lugarteniente de Hitler que el 10 de mayo sería un día ideal para realizar el viaje, algo no tan extraño si se tiene en cuenta que la Nagenast estaba a sueldo de los británicos. Para disipar cualquier duda de los nazis, el SO1 llegó incluso a contactar con algunos agentes de las SS en Rumania invitándolos a unas ceremonias ocultistas en las que quedaron convencidos de que había un sector importante de las autoridades británicas que compartían no sólo la cosmovisión política de Hitler sino también las inclinaciones ocultistas de los nazis. Sin embargo, la mezcla de oportunidad, astrología y ocultismo no era suficiente para convencer a Hess y el SO1 recurrió a una nueva baza.

Valiéndose de Carl Burkhardt, el director de la Cruz roja suiza, los británicos lograron que Hess creyera que efectivamente el mencionado partido de la paz existía y que su poder en Gran Bretaña era considerable. En el colmo de la intoxicación, Burkhardt actuó engañado por agentes de la City londinense que le transmitieron la falsa información como si de un secreto confidencial se tratara.


Rudolf Hess leyendo Jugend mientras espera su juicio en Núremberg en 1945.

El producto fue finalmente aderezado por hábiles dosis de antisemitismo que aseguraban a Hess que en Gran Bretaña "los judíos tampoco son queridos". Finalmente, Hess —al que se le dio seguridad de que el duque de Hamilton, un mando de la RAF, evitaría que su vuelo fuera interceptado— accedió a volar a Escocia. Nunca llegó a ver al duque de Hamilton —que jamás supo la manera en que su nombre era utilizado— y de la prisión británica pasaría, en la posguerra, a Nüremberg donde se le condenó a cadena perpetua. El SO1 había obtenido ciertamente un éxito enorme que disipó cualquier posibilidad de un paz pactada entre Gran Bretaña y el III Reich y cuyas últimas consecuencias seguramente tardaremos muchos años en conocer.

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